historia Ferni
Testimonios

Historia de Ferni

La historia de Ferni, quién vivió la muerte de su hijo en Italia, sola y en plena pandemia. Un recordatorio del dolor de no tener a nuestrx hijos en brazos.

La historia de Ferni nos hace revivir nuestro dolor, nuestro duelo y el mal trato de todo el equipo médico, algo que hace aún más desagradable toda la experiencia de la muerte de nuestrx hijos. Esperamos que pronto hayan protocolos de atención en un momento tan sensible y vulnerable para la mujer.

Perder un hijo es un dolor inmenso, indescriptible.

Sería todo tan distinto si “sólo” tuviésemos que cargar con ese dolor que ya es capaz de robar todas tus energías.

Esto me pasó en el año 2020 en Italia. Lamentablemente es una historia que se repite en muchos lugares del mundo y que soy consciente que hay muchísimas mujeres que les toca vivir experiencias aún mas desgarradoras en cuanto al escenario.

Para mí, el trato médico siempre fue poco humano, frío, duro y descortés.

Por ende, cada vez que me tocaba ir a un control tenía que armarme de valor y paciencia ya que sabía que me exponía a un trato muy poco amigable

A las 11 semanas nos enteramos que nuestra guagua venía con dificultades, la translucencia nucal un poco aumentada. Sin embargo estábamos contentos, esperanzados en lo que venía. Quizás nuestra misión en esta vida sería darle todo el amor del mundo, dedicación y herramientas a nuestro hijo que  probablemente venía con alguna dificultad. Decidimos vivir con alegría y optimismo lo que hasta ese momento solo eran probabilidades. 

Finalmente, en una ecografía de rutina a las 16 semanas vi en los ojos de esas frías doctoras lo que nadie quiere sentir. No fue necesario que dijeran nada. Yo estaba comenzando a experimentar lo que tantas hablan, instinto materno.

Iba con una mala sensación, sentía una extraña desconexión. Al preguntarles si mi guagua estaba muerta ellas me dijeron que llamarían a un doctor para que confirmara la información.

Llegó el doctor, entró en la habitación sin decir ni buenas tardes. Pidió que apagaran la luz y comenzó a verificar.  En ese momento además de sentirme muy asustada y sola, ya que por motivos de la pandemia mi marido no podía acompañarme, sentí como si yo no estuviese ahí.

Una de las doctoras comenzó a preguntarle cómo se hacía el zoom a la imagen, qué tecla tenía que apretar para tal o cuál cosa, etc. Una clase de ecografía frente a mí. Probablemente en el momento mas triste de mi vida.

Acto seguido, se confirma la información – “debe quedarse hospitalizada y le induciremos el parto”. Ninguna palabra de consuelo, ningún lo siento.

La matrona puso la mano en mi hombro y me dictó la lista de cosas que tenía que pedirle a mi marido para mi hospitalización. Esa mano en mi hombro basto para sentirme un poco mas acompañada. Con un pequeño gesto es tan fácil hacer una situación más llevadera a la otra persona.

Pregunté qué pasaría con el cuerpo de mi guagua y me respondieron que se iría junto a los desechos del hospital.

Traté de insistirle, traté de pelear ese triste final que me resuena hasta hoy, pero fue imposible. Mi guagua y su corazoncito que ya no latía era considerada una basura. 

Pregunté si podía estar acompañada en el parto y me respondieron que no. Me armé de valor y le pregunté si era un castigo por parir un hijo muerto, ya que previamente había averiguado y en Italia el único momento en que puede entrar el padre,  debido a la pandemia, era en el momento del parto.

“¿Me están castigando?” Salió desde mis entrañas. Nuevamente María Gracia, la matrona, intercedió por mí y luego de insistir logró que le hicieran un PCR a mi marido para poder vivir este proceso juntos.

Me trasladaron al piso de maternidad y me dejaron en una pieza esperando a que llegara el doctor. Era un largo pasillo de habitaciones vacías, éramos sólo 2 mujeres esa noche, sin embargo me dejaron en la que estaba al lado de una mujer que estaba a punto de tener a su hijo y estaban monitoreando los latidos.

Latidos que en mí ya no habían. Ahora me encontraba escuchando a todo volumen los de una guagua que estaba pronta a nacer. Cada latido me rompía en mil pedazos. Inmóvil en una silla, sola, asustada y con mi corazón partido en mil pedazos. 

Pasamos la noche en el hospital y por falta de personal tuve que volver a mi casa. Fue nuestra despedida, la última noche juntos, a pesar de que sabía que realmente ya no estaba ahí.

Volvimos para el parto. Me dijeron que me darían algo para el dolor pero cuando partieron las contracciones me lo negaron y tras insistir me dieron un paracetamol.

Sentí mucho dolor, muchísimo. Luego de tener a nuestra guagua sin ningún tipo de suavizante para el dolor, intentaron sacar tres largas y dolorosas veces la placenta sin buenos resultados hasta que al parecer se complicó la situación y al fin me durmieron.

Me desperté aliviada, con vida y agradecida de tener mi utero conmigo. Ya pasó.

Volví a la habitación con las manos vacías, con el alma rota mientras escuchaba la guagua de la pieza de al lado llorar. 

Ese mismo día antes de irme le pregunté al doctor si podía darme algo para dormir, llevaba días despierta y me sentía realmente superada. Me miró, se rió y me preguntó “¿Por qué? ¿Para qué?” Humillada le expliqué, él volvió a sonreír y me dijo que me fuera a mi casa, que era joven.

Hasta hoy cargo dos grandes penas. El dolor tras la pérdida de nuestro Vicente y la falta de humanidad y respeto que existe por el duelo de los padres.

Esto no puede seguir pasando. Las mujeres que pasamos por esto también pasamos por dolores de puerperio y postparto que incluso a veces pueden ser más dolorosos ya que no tenemos la gran recompensa, nuestra guagua en brazos.

Sin embargo con el tiempo he podido quedarme con los lindos recuerdos también.

La felicidad al saber que venía Vicente, el amor y la fuerza que juntamos con mi marido para enfrentar las adversidades que nos presentaba la vida, la preciosa oportunidad de desarrollar mayor empatía y compartir experiencias con tantas otras personas que han pasado por lo mismo.

Me siento tranquila y orgullosa del cuidado de madre que pude entregarle a nuestro Vicentito y, como me dijo una mujer que había pasado por lo mismo, “Hay hijos que vienen por 60 años, otros 15 y en tu caso 16 semanas. Lo cuidaste y le diste todo el amor del mundo, sientete orgullosa de eso”.

Finalmente, en la vida todo tiene una razón de ser, siempre llega el momento en que logramos enteder, sanar y agradecer el proceso. 

Para leer otras historia revisa este link https://peloalviento.com/testimonios/

Si quieres saber más acerca de duelo gestacional, te invito a visitar el canal de Youtube https://youtu.be/hg2aBCHBrLE

2 Comments

  • Anónimo

    Hola. Me conmueve mucho esta historia. Es imposible leerla y no llorar. Definitivamente vivimos en una sociedad poco empática, fría e indolente. El año pasado tuve tuve a Martina mi bebe amada. Nació en mayo prematura muy pequeña y falleció a los 6 días, entiendo lo que es perder a un hijo, entiendo lo que es compartir sala con mamás felices con sus bebés en brazos, entiendo todo y cada palabra aquí descrita. Realmente no hay palabras que puedan expresar ese dolor. (Con la muerte de nuestros hijos una parte de nosotras también muero)Un abrazo a todas esas madres maravillosas que hemos enfrentado un suceso como estos, estoy segura de que somos seres especiales. 🧡

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